No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: «Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado». Al otro, en cambio: «Estate ahí de pie o siéntate en el suelo». Si hacéis eso ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?
Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y, sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? ¿No son ellos los que denigran ese nombre tan hermoso que lleváis como apellido? ¿Cumplís la ley soberana que enuncia la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo?». Perfectamente. Pero si mostráis favoritismos, cometéis un pecado y la Escritura prueba vuestro delito.
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